Haití, un llamado urgente a la solidaridad

Bandera de Haití

El 7 de julio de 2021 el presidente de Haití, Jovenel Moïse, fue asesinado en medio de una fuerte controversia sobre la legitimidad de su mandato. Varias semanas después, el 14 de agosto de 2021 un fuerte terremoto sacudió a la nación haitiana. Ambos acontecimientos se suman a una larga historia de abusos, golpes de estado, terremotos, huracanes y catástrofes, muchas de ellas naturales y otras creadas por las fuerzas políticas extranjeras. La historia del pueblo haitiano es la historia de un pueblo que ha intentado reclamar su lugar en la comunidad internacional, pero que se ha enfrentado a las constantes intervenciones globales que han evitado el logro de dicho objetivo.

El 1 de enero de 1804, Haití declaró su independencia ante la mirada sorprendida de las fuerzas imperiales de Francia y de otros imperios del momento que nunca sospecharon que una nación negra, libre, rebelde y radical se establecería sobre las cenizas de la colonia más rica de la historia de Occidente. El triunfo de los haitianos, quienes contribuyeron a la obtención de la independencia de los Estados Unidos de manera activa y esencial, provocó una reacción en cadena entre los imperios europeos. La primera reacción de Francia y, entre otros, Estados Unidos, fue no reconocer a Haití como un país independiente. Francia, además, le impuso a Haití el embargo del cincuenta porciento de los impuestos cobrados en aranceles a los productos franceses que llegaran a sus costas y el pago de una indemnización equivalente a unos 21,800 millones de dólares. Haití estuvo pagando los intereses de esa indemnización a Francia hasta el 1947. Esta es la mejor forma de comprender las razones por las cuales Haití es el país más pobre del hemisferio occidental.

El caso de Haití pone en evidencia la importancia de la historia a la hora de comprender las catástrofes, mal llamadas naturales, de hoy en día. Contrario a la idea popular de que los pobres lo son porque no quieren trabajar, o por ser corruptos o ineficientes, la realidad es que la pobreza de la mayoría de los países marginales en el mundo es el resultado de las constantes intervenciones militares y económicas por parte de los imperios de su tiempo.

Esta circunstancia hace más urgente el llamado a la solidaridad que se extiende a la comunidad internacional a la luz de los más recientes acontecimientos experimentados por el pueblo haitiano. La solidaridad, en este contexto, no es un acto de caridad que sirve apara calmar las conciencias sino el resultado lógico de la necesidad de hacer justicia a un pueblo que es víctima de las políticas por muchos años.

La solidaridad con el pueblo de Haití es una manera de reconocer que sabemos que su pobreza es producto de la riqueza de muchos otros. Es una forma de responder a un llamado ético ineludible que nos obliga a asumir el control de la historia que está por ser escrita. Colaborar con Haití no es caridad, no es asistencialismo, no es un acto de bondad, sino que es una forma de hacer justicia. Ese compromiso con la justicia que es inevitable hoy es el que nos tiene que guiar a responder al llamado que supone el rostro de los niños y las niñas de nuestro hermano pueblo haitiano ante el azote inclemente de la catástrofe. Ser solidario es la única manera de hacer algo por Haití.